Cuando vivíamos en el fútbol del siglo pasado, que no en el del blanco y negro, siempre recibíamos el mensaje de que todas las incertidumbres y los debates arbitrales se acabarían cuando llegasen las nuevas tecnologías y trajesen la imagen exacta, el momento preciso, la indiscutible prueba que permitiría a los árbitros poder tomar la decisión justa, la que acabaría con todos los debates y las suspicacias.

Casi todas esas voces venían avaladas con imágenes que llegaban del deporte americano, el de Estados Unidos vamos, en el que en un par de minutos y tras consultar la correspondiente pantalla los árbitros americanos de baloncesto, beisbol, fútbol americano o hóckey sobre hielo, podían eliminar dudas y pitar, y hasta explicar con el micrófono que llevaban encima, cuál era su decisión y por qué decidían lo que decidían.

Y en aquellos tiempos donde no había redes sociales y la información llegaba de forma limitada todos nos quedábamos convencidos de que en todos los estadios y pabellones, el público aceptaba esas decisiones y nadie se ponía a dudar ni de la toma, ni de la intención de los silbantes, aunque, muy de vez en cuando, nos llegaban noticias de algún error grosero en el que las decisiones se contradecían con las imágenes. Pero siempre creímos, así nos lo contaban, que eso era la excepción de la excepción y que el sistema era casi infalible, vamos que acertaba en el 95% de las veces.

En la percepción de que el fútbol se estaba quedado atrás en un mundo que empezaba a correr de forma fulgurante, con cierto complejo de viejo dinosaurio reacio y alérgico a los cambios, con la convicción de que la expresión de que aquello que funciona no se toca ya no le servía al centenario fútbol, empezaron los cambios. Con la seguridad de que si un espectador o periodista podía ver en directo, en el mismo estadio y en su móvil, la repetición de esa jugada que acababa de poner un estadio en armas y que contradecía la decisión tomada por el colegiado, con todos esos elementos y unos cuantos más referidos al negocio y a cerrar las incertidumbres de este juego maravilloso, se lanzaron los organismos dirigentes futboleros a introducir el videoarbitraje dentro del juego. Este inicio siempre fue acompañado de una excelente publicidad alimentada por el deseo de que, por fin, el fútbol empezaría a ser justo.

Pero como también hemos aprendido en este juego de la pelota, una cosa es lo que quieres y otra la que sucede. Vamos que quieres atacar, pero el rival te quita la pelota y te pasas 90 minutos defendiendo en tu área, mirando el reloj para que corra el tiempo y celebrando un empate, hasta una derrota por la mínima, como un excelente resultado.

Pues lo mismo nos pasa con esto del VAR y la tecnología aplicada con lupa en cada partido en la que lo que tenía que traer la paz nos ha traído la mayor de las discordias, en la que en cada encuentro hay momentos, microsegundos en los que con la imagen parada tendremos un penalti no pitado para reclamar, o un brazo sobre el que hay que decidir si viene o si va, si se apoya o acompaña, siempre nuestra mente resolverá lo que nos sea más favorable.

Hemos aprendido que hay que meter una nueva variable en el perfil de los jugadores porque los de pies largos siempre tienen más riesgo de entrar en fuera de juego o de anularlo, ahora ya sabemos que encontrar el momento exacto en el que el balón sale del pie del pasador y la posición del atacante es entre imposible o una cuestión de fe; y ya no les cuento ese lío entre manos, brazos, codos, hombros que cada cinco minutos nos trae una acción polémica, una nube de duda, un gris a ese radiante mundo del fútbol que habíamos imaginado en aquellos tiempos en los que las manos solo se penalizaban en función de su voluntariedad o cuando en la plaza de Aretxabaleta las manos caídas, o sea cuando te caías y tocabas la pelota, nunca fueron falta.

Cuando veo en una retransmisión televisiva que las expectativas de gol suelen estar siempre por debajo del 5% sea cual sea el tiro, la acción, el remate, me recuerda que todo lo importante del fútbol surge en esa estrecha franja, justo aquella, que quedaba fuera del análisis de los deportes americanos. Justo esa fina cornisa en la que el fútbol ha desarrollado su encanto y su magia. Justo eso que es imposible que suceda y, sin embargo, pasa.

Por tanto, o dejamos el fútbol en su esencia y eliminamos, o limitamos, el VAR; o dejamos el VAR y cambiamos la esencia del fútbol. He ahí el dilema.

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