Trump y Bukele: el acuerdo que desafía la ofensiva contra la MS-13

https://static01.nyt.com/images/2025/06/30/espanol/30dc-ms13-takeaways-1-wzpc-ES-copy1/30dc-ms13-takeaways-1-wzpc-facebookJumbo.jpg

El vínculo entre Estados Unidos y El Salvador se encuentra en una fase complicada, tras el aumento de críticas acerca de cómo algunos acuerdos gubernamentales podrían impactar la lucha contra el crimen organizado, especialmente contra la Mara Salvatrucha (MS-13). A pesar de que el gobierno estadounidense ha reafirmado su compromiso con la erradicación de pandillas, nuevas revelaciones y decisiones políticas sugieren una posible discrepancia entre las declaraciones oficiales y la situación práctica en el terreno.

Durante su administración, el exmandatario estadounidense Donald Trump promovió una política severa contra las bandas delictivas de Centroamérica. Un aspecto clave de este enfoque fue la estrecha colaboración con las autoridades de El Salvador para arrestar y extraditar a integrantes de la MS-13, vistos por Washington como un riesgo para la seguridad nacional. Estas iniciativas involucraron operaciones conjuntas, intercambio de información y procedimientos judiciales contra miembros destacados de la agrupación.

Sin embargo, con el transcurso del tiempo, las recientes dinámicas políticas entre ambas naciones han cuestionado la continuidad efectiva de dicha cooperación. Algunos expertos indican que, desde una perspectiva de pragmatismo geopolítico, Washington ha decidido dar prioridad a la estabilidad migratoria y a la colaboración regional sobre ejercer presión en ciertos gobiernos, incluso si esto significa adoptar posturas más flexibles ante situaciones que antes habrían sido duramente criticas.

En este marco, ha adquirido importancia el rol del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador. Su administración ha sido ampliamente elogiada por disminuir notablemente las tasas de homicidios y violencia en la nación, en parte debido a una política estricta que contempla un régimen de excepción y el arresto masivo de supuestos pandilleros. No obstante, también ha enfrentado críticas por supuestas negociaciones con organizaciones criminales, que podrían haber sido permitidas o encubiertas a cambio de ventajas políticas o reducción de la violencia.

Documentos judiciales y reportes de inteligencia han sugerido que líderes de la MS-13 habrían mantenido contactos con autoridades gubernamentales en el pasado reciente, lo que ha generado preocupación sobre un posible debilitamiento de los esfuerzos internacionales para procesar penalmente a los cabecillas de estas organizaciones en tribunales estadounidenses. La falta de extradiciones de alto perfil en los últimos meses ha reavivado estas sospechas.

Entidades defensoras de derechos humanos y especialistas en crimen internacional han advertido sobre los peligros de fundamentar las políticas de seguridad en compromisos informales o acuerdos de impunidad. Sostienen que, si bien se agradece la disminución de la violencia, un enfoque que favorezca resultados rápidos sobre el Estado de derecho podría acabar fortaleciendo a las mismas estructuras delictivas a largo plazo.

En Estados Unidos, tanto congresistas como fiscales federales han manifestado inquietud por la aparente reducción en la cooperación con El Salvador en relación con casos importantes. Algunos piensan que esto podría dificultar procesos legales en curso en tribunales de Estados Unidos, donde se intenta juzgar a cabecillas de la MS-13 por crímenes cometidos en Centroamérica y en suelo estadounidense.

Mientras tanto, la administración de la Casa Blanca ha adoptado una posición indefinida. Aunque se valora la efectividad del gobierno de El Salvador en la lucha contra la violencia, han surgido dudas sobre el respeto a los derechos humanos fundamentales y la utilización del sistema gubernamental con fines políticos. Esta situación de ambivalencia ha causado fricciones dentro del sistema diplomático, en el que varios organismos mantienen perspectivas diferentes sobre la táctica regional.

El reto de enfrentar al crimen organizado en Centroamérica demanda, según especialistas, no solo medidas represivas, sino también claridad, colaboración internacional eficaz y un compromiso continuo con el sistema judicial. Cualquier señal de diálogo con elementos criminales debilita la legitimidad estatal y compromete la seguridad tanto a nivel regional como internacional.

La evolución de la relación entre Estados Unidos y El Salvador, y su impacto en la lucha contra las pandillas, seguirá siendo un tema de alta sensibilidad política. Por ahora, la percepción de que intereses estratégicos están condicionando la aplicación rigurosa de la ley ha encendido las alertas de quienes insisten en que la verdadera seguridad no puede lograrse a costa de la justicia.

Por Juan Carlos López Herrera